A continuación reproduzco una nota de Boris Matías Grinchpun publicada en Factor el Blog, de Alejandro Agostinelli, sobre la reciente creación de la Secretaría del Pensamiento Nacional (que ya fue comentada en este blog aquí y aquí). Se respetan las negritas, cursivas, enlaces e imágenes originales.
Agradezco a Boris y a Alejandro por permitirme reproducir la nota.
¿Existe un “Pensamiento Nacional”? Si existiera ¿merece una Secretaría de Coordinación Estratégica para promoverlo? Y si lo mereciera, ¿qué quedaría para otra destinada al “Pensamiento Pluralista”, enfocada en el spinettiano concepto según el cual todas las ideas son del viento? ¿O acaso las ideas No Nacionales son foráneas, internacionalistas y/o apátridas, en suma: ajenas al ser nacional? Últimas dos preguntas: ¿Cómo analizar el reciente nombramiento de Ricardo Forster? ¿Estamos ante un poco más de burda propaganda oficialista o de un intento de colonizar consciencias? Para analizar estas cuestiones invité a Boris Matías Grinchpun, Profesor de Historia Contemporánea y de Historia Económica y Social Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA e Investigador del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani. Boris sabe sobre lo que escribe: hoy investiga sobre tradicionalismo y nacionalismo argentinos en la segunda mitad del siglo XX.
Hace un tiempo Boris aportó a este blog [nota de EL TELESCOPIO: Se refiere a Factor el Blog] un artículo-homenaje a Nicholas Goodrick-Clarke, Esoterismo nazi para principiantes. Aquí se interroga sobre por qué el Estado debería coordinar estratégicamente el pensamiento. “¿Acaso los ciudadanos necesitan ayuda para reflexionar, criticar y discutir?”
Sobre secretarías, secretarios y estrategias del “Pensamiento Nacional”
El pasado 4 de junio los matutinos sorprendieron a sus lectores con una noticia inusual: el gobierno nacional había creado la Secretaría para la Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, organismo dependiente del nuevo Ministerio de Cultura. La pregunta más evidente era también la más difícil de responder: ¿qué implicaba coordinar estratégicamente el “Pensamiento Nacional”?
Ricardo Forster, el elegido para comandar la flamante institución, salió rápidamente a explicar la situación. En sueltos y entrevistas, afirmó que desde su cargo se dedicaría a “federalizar el debate y la discusión” y a crear espacios de articulación con América Latina. Aclaró que su intención no era construir un relato unidimensional sino recuperar todas las familias de la filosofía argentina, discutir a “a Borges y a Cortázar, a Sarmiento y a Marechal, a Scalabrini Ortiz y a Silvio Frondizi, y también a las grandes tradiciones del pensamiento conservador argentino”.
“El decreto explica de manera muy abstracta cuál será la tarea del nuevo secretario y no dice qué cosa es el pensamiento nacional. Uno hace entonces lo que hace cada vez que no sabe bien qué significa una palabra o una frase: la googlea. Escribe “pensamiento nacional” en el buscador y le da enter. El Google, que lo puede casi todo, no puede con eso: aporta unos cuantos miles de sitios –la mayoría, blogs poco confiables– en los que más que definiciones, se encuentran argumentaciones. Uno recuerda entonces aquella frase –en la que no cree– de que “una imagen puede más que mil palabras” y busca “pensamiento nacional” en Google imágenes. La respuesta del buscador es contundente: repetida al infinito, la cara de Arturo Jauretche.”
Fragmento de un texto de Eduardo Villar en “Ñ”. La cultura te da sorpresas, 7/6/2014
Las bienintencionadas declaraciones de principios de Forster no evitaron réplicas bastante cáusticas. En principio, porque no contenían ninguna definición acerca del altisonante “Pensamiento Nacional”. ¿En qué consistía?
Un espacio que pronto se llenará de palabras.
En algunos casos, el “Pensamiento Nacional” parece abarcar toda formulación intelectual realizada dentro del espacio geográfico que actualmente ocupa la Argentina. Esta definición nos deja con un corpus inmanejable, que abarcaría las primeras representaciones de los cazadores-recolectores así como las elucubraciones de cualquier blogger post-adolescente. En otros contextos, constituye una ideología propiamente dicha que viene a conquistar un espacio propio e impugnar los “relatos hegemónicos” de izquierda y derecha.
Esta última visión es la que atemoriza a los detractores de la Secretaría. Detrás de esta institución de sugestivo nombre parece agitarse el fantasma del pensamiento único. El kirchnerismo estaría dando otra muestra de su incapacidad para tolerar disensos y “su voluntad de hegemonizar la producción de pensamiento”. La teoría del sapo en agua caliente en pleno funcionamiento. Como Joseph Goebbels antes que él, Ricardo Forster sería el artífice una campaña para imponer de manera autoritaria un consenso sobre la sociedad.
Las preocupaciones de estos críticos suenan un tanto hiperbólicas. Después de todo, ¿puede hablarse de una “doctrina oficial” cuando el propio oficialismo no puede ponerse de acuerdo sobre qué es el “Pensamiento Nacional”? Más allá de su altisonante título, ¿no es excesivo comparar a la Secretaría con el invasivo y macabramente vanguardista Ministerio de Propaganda del Reich? El estilo combativo del gobierno y su ambigua política ante los medios poco tienen que ver con los ambiciosos proyectos de colonización de consciencias desplegados por los regímenes totalitarios. Y si ese fuera su propósito, podríamos dudar de la eficacia de una usina ideológica que es cotidianamente impugnada desde diversos ángulos.
En mi opinión, el aspecto más problemático de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional es simbólico y práctico a la vez. Si bien Forster y sus partidarios han manifestado un fuerte (y seguramente sincero) compromiso con la pluralidad, la función de la Secretaría no será dedicarse específicamente a velar por el pluralismo. Por el contrario, estará abocada a la promoción de unos ideologemas en particular. Aunque estos sean difusos, pueden ser claramente asociados a un actor social y a un partido político. Esto implica un favoritismo por parte del Estado hacia un colectivo intelectual afín. El republicano interno podría horrorizarse frente a un agente estatal que abandona su neutralidad, pero el cínico posmoderno se convence de que el Estado nunca fue imparcial. En este contexto en particular, la situación de las demás corrientes de pensamiento no se presenta como halagüeña: parecen quedar relegadas al lugar de no nacionales o, peor aún, antinacionales. Probablemente no se llegue al extremo de “dictaminar qué entra y qué no entra en el pensamiento nacional”, pero sí al incómodo espectáculo de beneficios asignados a figuras demasiado previsibles.
Día del Pensamiento Nacional, todos con Jauretche: desde Scioli hasta Envar El Kadri.
Si no fuera por eso, hasta podría pensarse que la Secretaría es un simple simulacro. Un montaje cuidadosamente armado para ocultar algo que no está presente. Y que se transforma en el mejor escondite al adquirir entidad propia, al fetichizarse. Una lectura prosaica o “del hombre de la calle” dirá simplemente que es una tramoya para robar y repetirá que el mundo fue y será una porquería. Acusación que es legítimo enunciar, y que ya le ha llegado a Forster. En estos últimos días, su rol ha sido tan acaloradamente debatido como la propia Secretaría. Algunos saludaron su nombramiento como el reconocimiento de un filósofo de fuste y un “hombre comprometido con el proyecto”. Otros lo han estigmatizado por haber “cumplido con los ritos de la obsecuencia kirchnerista”, por lo cual habría sido debidamente recompensado. Estas visiones idealizadas comparten un elemento: ninguna pone en duda que Forster ha sido uno de los principales arquitectos de un espacio intelectual del kirchnerismo. Su visibilidad habla del éxito de su empresa, por más indigestos y derivativos que puedan resultar muchos de sus productos.
En este sentido, la actitud del secretario no debería resultar extraña. La participación en los organismos estatales es una estrategia de supervivencia ampliamente utilizada por los intelectuales, en esta y en otras latitudes. Señalar esto no implica dudar del compromiso de Forster. Tampoco supone aprobar ese modelo de intelectual, ni pensar que hay otras maneras posibles de desempeñar un “pensamiento crítico” como el que dice representar. Puedo coincidir con una de las críticas arriba presentadas en que Forster ha demostrado ser demasiado dócil frente a las políticas gubernamentales, lo cual resulta problemático. Igualmente cuestionable es la facilidad con la que acepta la necesidad de una tutela para el desarrollo de un actividad intelectual.
Justamente eso me parece criticable de Forster y su nombramiento: la docilidad que ha demostrado frente a los círculos gubernamentales y la facilidad con que acepta la necesidad de una tutela intelectual. Porque considerar que el Estado debe coordinar estratégicamente el pensamiento o una forma de pensamiento parece sugerir que los ciudadanos necesitan ayuda para reflexionar, criticar y discutir. Tal vez sería útil suspender por un momento el descreimiento radical de la posmodernidad para volver al optimista Immanuel Kant. Cuando intentó definir a la Ilustración, la presentó como la humanidad dejando la niñez de la ignorancia para pasar a la adultez de la racionalidad y la ciencia. Pero este salto no es automático ni sencillo: “Uno mismo es culpable de esta minoría de edad -escribió Kant- cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro”.
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