Desde el siglo XV, las sociedades occidentales comenzaron a vivir un proceso en el que la racionalidad y la creencia absoluta en un dios entraron en disputa. El sentido común se amplió, posicionando al arte y a la ciencia en las principales guías intelectuales o espirituales.
Esta lucha se convirtió en un ejercicio de tolerancia y respeto hacia el prójimo. En ocasiones se superaron las diferencias; en otras, la guerra ganó afectando a miles de familias y niños. Esta situación se tradujo en la amplitud de paradigmas cognitivos, emocionales, educacionales o incluso físicos.
Un estudio de la revista Cognitive Science describe que niños expuestos constantemente a narrativas bíblicas (religiosas, fantásticas y realistas), difícilmente pueden diferenciar entre la realidad y la ficción.
En este estudio participaron 66 niños, quienes suelen estar en contacto directo y constante con elementos religiosos (en especial con la Biblia). A diferencia de sus coetáneos, los integrantes del grupo de estudio no pudieron identificar elementos supernaturales (animales hablando, conversión de agua en vino), como parte de una narrativa de ficción. Es decir que los elementos que los niños no distinguen como ficción aquellos elementos simbolizan una intervención divina.
Los autores explican que:
En ambos estudios [los niños expuestos a la religión] tendían a considerar los personajes en las historias fantásticas como tal, sino que los consideraron parte de la realidad y pocos los juzgaron de imposible, a diferencia de los niños de educación laica. […] La educación religiosa, en especial la exposición a cuentos de milagros, lleva a los niños a una receptividad más genérica hacia lo imposible, es decir, en un rango más amplio de aceptación que lo imposible puede suceder, desafiando a las relaciones causales de lo ordinario.
Es importante tomar en consideración la etapa de desarrollo en que se encuentran nuestros hijos, ya que, de acuerdo con los estadios de Jean Piaget, pueden encontrarse en una etapa en que sus cerebros sólo comprenden lo concreto (mas no lo abstracto). En consecuencia, cuando encuentren un animal hablando, probablemente verán eso: un animal hablando, y no un símbolo de la intervención divina.
Los investigadores seleccionaron a niños de entre 5 y 6 años, habitantes una misma ciudad estadounidense y entorno socioeconómico similar pero con diferente grado de exposición a la religión. Así se formaron 4 grupos: niños que asistían a una escuela pública (recordemos que en los EEUU está prohibido por ley cualquier tipo de proselitismo o adoctrinamiento religioso en los centros públicos) o a un colegio religioso, junto con la posibilidad de que ambos grupos de niños acudieran o no a catequesis en una parroquia. A todos ellos se les presentó la misma historia con la única salvedad de que una variante (realista) de la misma no contenía ningún elemento mágico, en otra (religiosa) se incluían milagros producidos por la intervención divina y la tercera (fantástica) incluía elementos mágicos, pero sin intervención divina. Después los niños debían decidir si el personaje protagonista de cada una de las historias podía ser real al estilo de un personaje histórico o inventado como en un cuento o novela de ficción. Pues bien, tal y como muestra la siguiente figura:
la mayoría de los niños independientemente de su exposición a la religión afirmaron que el protagonista de la versión realista era creíble. Respecto a la variante mística funcionó perfectamente el adoctrinamiento eclesiástico y los niños “educados” bajo tutela religiosa, independientemente de si recibían dicha formación en el colegio o en la iglesia, entendieron como verídicos esos hechos, mientras que los niños no sujetos a influencia religiosa detectaron muy mayoritariamente que se trataba de una historia de ficción con pocos visos de veracidad. Dato que muestra muy crudamente el poder de distorsión que tiene la religión a la hora de alterar el raciocinio humano. Además este dato indica que los niños no viven en un permanente mundo de ficción y que saben diferenciar perfectamente la realidad de la fantasía siempre y cuando no hayan sido previamente adoctrinados.
Y otro resultado interesante fue la distribución de respuestas de los chavales frente a la variante fantástica. Aquí según se muestra en la siguiente figura:
los niños educados sin religión volvieron a entender como novelada la historia que se les había contado, mientras que aquellos influidos por la religión se creyeron la historia de acuerdo a la cantidad de esta exposición. Así, puesto que lo normal es acudir a la catequesis en la parroquia fuera del horario escolar o los fines de semana, mientras que la asistencia a clase implica bastantes horas durante 5 días semanales, la proporción de niños que se creyeron la historia mágica era mayor en los niños escolarizados en un entorno religioso frente a los que sólo acudían a catequesis y también que aquellos niños que asistían a ambas instituciones religiosas a la vez presentaron los valores más altos de credulidad, aunque en este caso la mitad de ellos entendieron la historia mágica como inverosímil. Hecho que muestra que cuando no hay un condicionante explícito parte de estos niños son capaces de diferenciar la fantasía de la verosimilitud. Aunque estos datos también indican que para muchos el adoctrinamiento religioso facilita la credulidad hacia cualquier otra “creencia” sea esta de la naturaleza que sea, hecho que se encuentra en consonancia con las estadísticas acerca de diferentes supersticiones, ya que como dijo muy sagaz e irónicamente el célebre humorista Tim Minchin “si abres demasiado tu mente, tu cerebro inevitablemente se caerá”. Un elemento importante que no analizan los autores en el estudio es si de los niños más expuestos a la religión (los que acudían a la vez a colegios religiosos y a la iglesia) que aceptaron (48%) o no (52%) la historia fantástica como creíble presentaban alguna diferencia en su entorno familiar (por ejemplo el mayor o menor grado de religiosidad de sus padres o parientes) que diera cuenta de esta significativa diferencia.
En resumen este estudio muestra que una vez abierta la caja de Pandora de la credulidad, por la imposición de ciertos mitos increíbles como historias verdaderas, es imposible volver a cerrarla o controlarla de alguna manera y entonces muchos de estos niños aceptan casi cualquier cosa como cierta.
Fuentes: